Cooperativas con rostro de mujer: un modelo a visibilizar
A veces los caminos no se eligen: se tropieza con ellos. Ocurre así con el cooperativismo para muchas mujeres que, al buscar un modo digno ...
De Sara Garcia MartinA veces los caminos no se eligen: se tropieza con ellos. Ocurre así con el cooperativismo para muchas mujeres que, al buscar un modo digno y coherente de ganarse la vida, descubren —a veces por casualidad— un modelo empresarial donde el trabajo tiene sentido y el poder se comparte. “Nos enamoró la posibilidad de crear un trocito del mundo acorde con nuestros valores”, recuerda Candela Alasino, cofundadora de la cooperativa gallega Alalá. Su historia y la de otras mujeres como ella muestra cómo el cooperativismo puede convertirse en refugio y terreno fértil para un liderazgo diferente.
La cooperativa gallega que crearon Candela y su hermana Julieta Alasino nació de una convicción: querían emprender, pero no de cualquier forma. Buscaban un marco donde la justicia social, los cuidados y la participación no fueran un añadido, sino el esqueleto de la organización. Lo encontraron al conectar con redes de economía social. “Es un sistema vivo que vamos reajustando para que nos permita conciliar, crecer y ser fieles a lo que somos”, explica Julieta.

Un modelo que facilita un liderazgo más democrático
Patrocinio Wals, actual presidenta de la cooperativa Novocare, llegó al mundo cooperativo por otra vía. Cuando empezó a trabajar en esta cooperativa andaluza dedicada a los cuidados, confiesa que no tenía idea de lo que era ese modelo. “Me incorporé como lo habría hecho en cualquier empresa, pero enseguida descubrí sus valores diferentes, su gestión democrática, su liderazgo horizontal.” Lo que empezó como un puesto directivo en un centro de mayores terminó siendo un compromiso de vida. Hoy, bajo su presidencia, Novocare cuenta con un Consejo Rector mayoritariamente femenino y un equipo directivo donde las mujeres lideran desde la escucha y la cooperación. “Para mí el liderazgo es acompañar e influir para llevar a cabo un proyecto común. Más que poder, es capacidad de construir juntas”, afirma.
El liderazgo horizontal, la participación real y el respeto a los tiempos de la vida no son solo buenos deseos en estas cooperativas: son prácticas que se materializan. En Novocare, por ejemplo, han puesto en marcha un proyecto que ayuda con las tensiones cotidianas de la conciliación: una ludoteca dentro de las residencias para que las trabajadoras puedan llevar a sus hijos durante las vacaciones escolares. “Está siendo una experiencia gratificante para mayores, para niños y para las propias compañeras. Se crean espacios de encuentro, de ternura compartida”, describe Patro.

Redes de apoyo y transformación interna
Pero, como bien señala Sandra Salsón, fundadora de la cooperativa Idealoga Psicología e impulsora del grupo cooperativo Tangente, en Madrid, este potencial igualitario no surge solo por adoptar la forma jurídica de cooperativa. Hay que trabajarlo: “Por socialización muchas de nosotras nos colocábamos un paso atrás, mientras que ellos lo hacían un paso adelante. El movimiento cooperativo permite analizar esas dinámicas y transformarlas, pero no se produce automáticamente.” Para Sandra, la clave está en generar redes de apoyo y espacios de empoderamiento mutuo. Así nació la Escuela de Emprendedoras Juana Millán, un proyecto que ha acompañado a cientos de mujeres: “Rompe la imagen de la soledad de la emprendedora y crea comunidad, que es lo que sostiene los proyectos en el tiempo.” Para Patro Wals, esta intercooperación es fundamental. «Sería clave que desde las Administraciones públicas se desarrollen líneas estratégicas que fomenten la cooperación, que permita no solo impulsar el emprendimiento, sino también el fortalecimiento de las cooperativas lideradas por mujeres«, indica.
Las historias de estas tres mujeres confluyen en una misma certeza: el cooperativismo ofrece un marco más acorde a los valores que muchas mujeres buscan en el trabajo —solidaridad, equidad, participación—, pero su visibilidad sigue siendo un reto. “El modelo es poco conocido. Si las mujeres supieran lo que ofrece, muchas más optarían por él”, asegura Patro. Sandra lo corrobora: en su experiencia, el 95 % de las emprendedoras a las que acompaña elige ser autónoma porque nunca se les ha presentado la cooperativa como una opción viable. Y Candela y Julieta insisten: hace falta incluir el cooperativismo en la educación, mostrarlo como alternativa desde edades tempranas.

Visibilidad, financiación y los desafíos pendientes
La escasa visibilidad de las cooperativas y de sus valores también pasa factura en el acceso a financiación. Lo saben bien en Novocare, donde la relación con las finanzas éticas —en su caso Fiare— ha marcado un antes y un después. “Ellos supieron ver que detrás de los números había un proyecto, una comunidad, y eso nos permitió crecer cuando otras entidades nos cerraban las puertas”, relata Patro. Sandra añade: “Las finanzas éticas entienden mejor la forma en que emprendemos las mujeres: a escala humana, sin necesidad de grandes inversiones.”
Si algo une a estas tres experiencias es la convicción de que el cooperativismo no es solo un modo de organizar una empresa: es una herramienta para transformar la realidad, aunque no esté exenta de desafíos. La falta de conocimiento sobre el modelo, los estereotipos aún vigentes en torno al liderazgo y la necesidad de seguir profesionalizando la gestión son retos que estas mujeres afrontan cada día. Pero lo hacen desde un convencimiento profundo: “Emprender así es crear un trocito del mundo que quieres”, dice Candela.
Y en ese trocito, el liderazgo se teje entre iguales, el poder se reparte y las decisiones nacen de la escucha. Es un modelo que no solo da cabida a las mujeres, sino que se enriquece de sus miradas para crecer. Un modelo que, como reivindican estas tres voces, necesita ahora de algo tan simple y tan difícil como ser visto.