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Parte 7

La Sevilla dónde vive la gente: modelo de ciudad y vivienda.

En las ciudades se concentran los conflictos: se intensifican por la mera magnitud de sus cifras, pero también por tener en su propia naturaleza ...

De Pablo Domínguez

En las ciudades se concentran los conflictos: se intensifican por la mera magnitud de sus cifras, pero también por tener en su propia naturaleza la encrucijada de infinitos intereses incompatibles. Un entramado de calles y complejidades. En las ciudades vive la gente, cada vez más en nuestro siglo y en todo el mundo. Pero las ciudades no solo se viven, también se consumen y se venden.

Llevamos buscando la playa bajo los adoquines varías décadas. La Memoria de nuestras ciudades incluye siempre a colectivos y movimientos que piensan en ella de forma crítica. Es la respuesta de los habitantes a las transformaciones urbanísticas y políticas. La conversión de las ciudades a centros de ocio y consumo viene, desde la tercerización de la economía española, a ser la tónica general que pudiera resumir los procesos de transformación de todas ellas desde la segunda mitad del S.XX. Una ciudad pensada como un producto, un objeto de consumo, que orilla planificaciones alternativas donde la habitabilidad de sus vecinas sea el centro de la reflexión y la acción.

“Sevilla tiene dos partes, dos partes bien diferentes, una la de los turistas y otra donde vive la gente”. Esta frase que popularizó Pata Negra, los hermanos Amador, en su Rock del Cayetano, está extendida en el imaginario de los habitantes de esta ciudad. En ella se refleja segregación espacial y social, conflicto centro-periferia, dos ciudades, la sapiencia popular de que un plano no refleja solo dos dimensiones.

Esta guerra entre Sevillas tiene muchas batallas. Unas muy definitorias son las de los macro-eventos del siglo XX: las exposiciones universales de 1929 y 1992. De su mano vinieron desarrollo de infraestructuras, expansiones urbanas y transformaciones duras que afectaron al corazón y a las arterias de la ciudad. La Sevilla de postal y Marca-Ciudad le imponía a La Otra sus ritmos y normas. La gentrificación creciente desplazaba a las personas empobrecidas y ahora la turistización empobrece a las desplazadas. Estos procesos son capas complementarias de un viraje más global de la ciudad hacia la lógica mercantil.

Gobernantes y empresarios hosteleros se afanan en la difusión mediática de las bondades de su modelo. Como si llegaran a todas por un efecto cascada esas “riquezas abundantes” del turismo o la actividad especulativa de fondos de inversión. Este discurso hegemónico se tambalea pero sigue instaurado de forma generalizada en una población que parece no encontrar más alternativas que la de poner en el mercado sus viviendas, sus comercios y sus plazas.

Ante esto, decir: “el turismo nos empobrece” se plantea necesario para teñir de grises una realidad que estaba coloreada de blanco. La industria turística empobrece a las personas trabajadoras que no puede escapar de la precariedad asociada al monocultivo laboral de la hostelería, empobrece el tejido social de barrios que se vacían y empobrece la vida misma, convirtiendo la vivienda en mercancía.

En la vivienda se materializan de la forma más dura las transformaciones urbanas. Su concepción como un bien abierto a la especulación nos hizo llegar hablar del mercado de la vivienda. Y últimamente, usamos vivienda turística para denominar lo que por su naturaleza y fin nunca puede ser una vivienda. El uso como negocio turístico de casas y pisos debe ser definido y por lo tanto, regulado, como actividad económica y no como uso residencial.

En las ciudades en venta la vivienda es objeto de inversión de fondos extranjeros, concentración de la propiedad y especulación. Las leyes de mercado aplicadas en fondo y forma a uno de los derechos sociales que menos se respetan en nuestro mundo. “Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación”, dice el artículo 47 de la Constitución.

Ante esto las políticas públicas de vivienda son irrisorias, tímidas, relegadas a un segundo lugar (dejando hacer al mercado). Además, los poderes públicos repiten en ferias y congresos de turismo internacionales que la ciudad está disponible para su compra. Ese espacio que no ocupa la administración queda libre y se pone a disposición de los intereses privados de fondos de inversión que ven la ciudad como oportunidad de negocio.

En abril de 2019, colgó una pancarta que decía “Sevilla no se vende” de La Giralda. Ese alminar-campanario dejó de ser durante minutos un monumento, un reclamo turístico, para volver al imaginario cotidiano de sus vecinas como protagonista de un mensaje. Una reivindicación que recogía, impulsaba y daba voz a la memoria de tantas personas y colectivos que han reflexionado y actuado sobre su ciudad.

La casa, la calle y el barrio se convierten en espacios de resistencia por el anhelo de poder decidir cómo vivir. En Sevilla se han dado estas luchas, algunas victoriosas, otras más duras pero igual de necesarias.

En torno a la casa se abren puertas y ventanas en una Grande, la del Pumarejo, otra que estuvo Revolucioná de Mujeres, otras Viejas, con Sombreros y Sin Nombre. En Corralas de vecinas se recuperaban los techos deshechos por desahucios de bancos.

Entorno a la calle se resistió a la Expo, se montó un Gran Pollo en Alameda, se empujó para tumbar torres y setas, se salvaron árboles.

Y entorno a los barrios habitan asociaciones de vecinas críticas como La Revuelta o Triana Norte, se reúnen Inquilinos en Sindicatos, artesanas y trabajadoras en Corralones y unos Barrios Hartos. Colectivos contra la turistización, la gentrificación, otros para liberar plazas, allanar el camino, revertir el gris, habitar mejor y más juntas.

Jornada de puertas abiertas en la Casa Grande del Pumarejo | Fuente: Casa Grande del Pumarejo

La vivienda no se puede disociar de la calle, el barrio y su ciudad. Es reflejo de las complejidades urbanas y sus transformaciones. Por esto animo a que sigamos dentro del debate del rumbo de nuestro entorno más cercano, pensando en el común, en el espacio y en lo social. Nuestra ciudad es un lugar para lo político, ocupémosla.

Gobernanza cooperativa entre ciudad y ciudadanía

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