La guerra amenaza las semillas: carrera contrarreloj para salvar la biodiversidad agrícola
En 2025, en un mundo sacudido por crisis geopolíticas, incluso las semillas se están convirtiendo en víctimas de la guerra. Desde Jartum hasta ...
De Maurizio Bongioanni, periodistaEn 2025, en un mundo sacudido por crisis geopolíticas, incluso las semillas se están convirtiendo en víctimas de la guerra. Desde Jartum hasta Járkov, desde Gaza hasta las montañas de Afganistán, los bancos de semillas que preservan la biodiversidad agrícola mundial sufren ataques, saqueos y cierres forzosos. Y con ellos, las variedades tradicionales de cereales, legumbres y hortalizas —adaptadas durante siglos a climas extremos, suelos pobres y parásitos locales— corren el riesgo de desaparecer. Verdaderos tesoros genéticos, hoy más valiosos que nunca en un mundo cada vez más cálido e inestable.
Para salvar este patrimonio genético, los científicos recurren a un lugar remoto y gélido. Desde 2008, la Bóveda Global de Semillas de Svalbard, excavada en el permafrost del Ártico noruego, conserva en condiciones seguras millones de semillas provenientes de todos los rincones del planeta. Una suerte de Arca de Noé vegetal, diseñada para resistir guerras y desastres naturales.
Semillas amenazadas por la guerra en Sudán, Ucrania y Palestina
El caso más dramático es, quizá, el de Sudán. Como relata el periodista Fred Pearce en Yale Environmental 360, en Wad Medani, a orillas del Nilo Azul, el banco nacional de semillas albergaba variedades ancestrales de sorgo y mijo perla, cultivadas durante milenios y fundamentales para la adaptación a climas áridos. Pero en diciembre de 2023, al inicio de la guerra civil, milicias paramilitares de las Rapid Support Forces (Rsf) invadieron el centro. Cuando los investigadores lograron regresar, trece meses después, encontraron los congeladores vacíos y las semillas esparcidas por todas partes. El director de recursos genéticos, Ali Babiker, logró recuperar lo que quedaba desde una estación de investigación en Elobeid y, en febrero pasado, envió las semillas a Svalbard. Sin embargo, hasta ahora solo se ha logrado poner a salvo una cuarta parte de la colección sudanesa.
El destino de Ucrania es similar. Antes de la guerra, el país era uno de los principales exportadores de trigo del mundo, en parte gracias al banco genético de Járkov, uno de los diez mayores a nivel global. En 2022, sin embargo, un bombardeo ruso alcanzó el instituto. Parte de la colección fue salvada y trasladada a un lugar secreto en el oeste del país, pero muchas variedades permanecen en territorios ocupados. Solo 2.780 muestras, de un total de 154.000, están hoy duplicadas en Svalbard.
En Palestina, por su parte, el banco de semillas de Hebrón —gestionado por la Union of Agricultural Work Committees (UAWC)— sigue funcionando a pesar de la presión israelí. Desde 2003, recoge variedades locales de hortalizas cultivadas en Cisjordania y Gaza. A pesar de que en 2021 Israel designó a la UAWC como organización terrorista, la Unión Europea y Naciones Unidas siguen colaborando con sus investigadores. En octubre pasado, las primeras semillas palestinas llegaron a la bóveda global de Svalbard: una señal de esperanza en un contexto profundamente inestable.

Bancos de semillas en riesgo: causas y territorios afectados
Muchos de los centros de origen de los cultivos del mundo —lugares donde los primeros agricultores domesticaron trigo, cebada y lentejas— coinciden hoy con zonas de conflicto: Afganistán, Irak, Siria, Yemen. En estos territorios, las semillas no son solo alimento: son memoria, cultura y resiliencia.
En Afganistán, por ejemplo, los bancos genéticos han sido sistemáticamente destruidos desde los años 70. Las colecciones fueron robadas, dispersadas o incendiadas. También en Irak, la guerra siguió su curso, con la destrucción del centro de Abu Ghraib en 2003. Pero algunos investigadores, previendo que algo así podría ocurrir, ya habían enviado las muestras al ICARDA (International Center for Agricultural Research in the Dry Areas) en Alepo, Siria. Aquellas semillas atravesaron luego nuevas guerras y, poco antes del asalto del ISIS, fueron trasladadas a Líbano, Marruecos y finalmente a las islas Svalbard. Un viaje accidentado que permitió preservar variedades antiquísimas de trigo, cebada y legumbres, que hoy se utilizan para seleccionar nuevas plantas resistentes a la sequía.
Como si la guerra no fuera suficiente, también los efectos del cambio climático provocado por el ser humano y los fenómenos meteorológicos extremos amenazan la supervivencia de las semillas a nivel mundial. El año pasado, informa Pearce, Svalbard extrajo semillas duplicadas del banco genético nacional de Filipinas, ubicado en Los Baños. Este centro ha perdido más de la mitad de su colección en dos ocasiones: primero a causa de un tifón en 2006 y luego por un incendio en 2012.
Los bancos de semillas también amenazados por los recortes de financiación
La Revolución Verde de los años 60 permitió alimentar a miles de millones de personas mediante la introducción —especialmente en los países del Sur Global— de semillas de alto rendimiento, fertilizantes químicos y técnicas modernas de riego. Pero también redujo drásticamente la diversidad genética de los cultivos. Hoy en día, la mayoría de los campos cultivados del planeta se basan en pocas variedades seleccionadas para maximizar la producción mediante el uso intensivo de fertilizantes e irrigación. Sin embargo, sin la riqueza genética de las semillas tradicionales, será imposible afrontar los nuevos desafíos: plagas, enfermedades, sequías, olas de calor.
Fue en 1921 cuando el renombrado agrónomo Nikolai Vavilov fundó el primer banco de semillas del mundo, en Rusia. Hoy, la mayoría de los países cuentan con sus propias instalaciones, apoyadas por once bancos internacionales gestionados bajo una alianza conocida como CGIAR (Consultative Group on International Agricultural Research), financiada en gran parte por los gobiernos. Sin embargo, incluso este sistema global se tambalea. Estados Unidos, a través de USAID, era uno de los principales donantes de la red CGIAR. Pero con los recortes a la cooperación internacional impulsados por el presidente Donald Trump, muchos bancos de semillas miembros de esta alianza corren el riesgo de cerrar. El centro estadounidense de Fort Collins, por ejemplo, ha sufrido despidos, y el Reino Unido, a través del Millennium Seed Bank, alerta de un clima creciente de desconfianza.
Hablando de desconfianza, incluso Noruega —sede de la llamada “bóveda del Apocalipsis”, en Svalbard— empieza a ser vista con recelo por algunos estados. El histórico interés de Rusia por el archipiélago de Svalbard alimenta los temores: algunos gobiernos dudan en enviar sus semillas, temiendo perder el control sobre su soberanía genética.
Las semillas como patrimonio que hay que proteger de las guerras
Conservar las semillas del pasado significa garantizar alimentos en el futuro. Significa poder seleccionar plantas más resilientes, mejor adaptadas al cambio climático y menos dependientes de insumos químicos. Significa defender la biodiversidad agrícola, que es la base de nuestra supervivencia.
Las guerras destruyen archivos genéticos que tardaron siglos en formarse. Pero cada vez que un investigador logra salvar una muestra y enviarla a Svalbard, esa memoria vegetal encuentra refugio en el hielo. Mientras haya semillas que proteger, aún habrá una posibilidad de reescribir la historia.
*Artículo publicado originalmente en italiano, en la web valori.it