Retos globales, soluciones cooperativas: los valores de la Economía Social como oportunidad para construir un mundo mejor
Es incuestionable que vivimos tiempos que marcan el inicio de una nueva época. En un mundo en el que estamos experimentando vertiginosas transformaciones tecnológicas, ...
De Juan Antonio Pedreño Frutos, presidente de CEPESEs incuestionable que vivimos tiempos que marcan el inicio de una nueva época. En un mundo en el que estamos experimentando vertiginosas transformaciones tecnológicas, tensiones geopolíticas cada vez más agudas, una emergencia climática sin precedentes y desigualdades sociales que no dejan de crecer, el gran reto para cualquier actor socioeconómico no es solo adaptarse —porque, como nos recuerda Darwin, sobreviven quienes mejor lo hacen—, sino también aportar soluciones que estén a la altura de estos desafíos.
En este contexto, el papel proactivo de las empresas de Economía Social es imprescindible, más aún en estos momentos en los que se están tomando grandes decisiones que marcarán el rumbo económico, social y medioambiental para las próximas décadas. Debemos recordar con firmeza el valor añadido de nuestro modelo empresarial en el desarrollo de nuestros territorios y su contribución esencial en la consecución de objetivos estratégicos de gobiernos, instituciones europeas y organizaciones internacionales.

Un modelo de desarrollo inclusivo para un futuro sostenible
Y, además, debemos afirmar con claridad el modelo de desarrollo al que aspiramos. Un modelo que salvaguarde las prioridades sociales y la cohesión de nuestros pueblos y ciudades. Un modelo que refuerce el tejido empresarial e industrial local como base para la autonomía estratégica de Europa y la competitividad de todos sus territorios. Un modelo que impulse nuestra soberanía alimentaria y promueva cadenas de valor de proximidad. Un modelo medioambiental que no se limite a mitigar daños, sino que acelere una transición ecológica, apostando por las energías renovables y por la producción sostenible. Unos sistemas educativos inclusivos y sistemas sociales y complementarios de pensiones que garanticen la equidad intergeneracional. En definitiva, un modelo plenamente sustentado en los valores de la Unión Europea: trabajar por el desarrollo sostenible sobre la base de un crecimiento económico equilibrado, una economía social de mercado altamente competitiva, orientada al pleno empleo, al progreso social y a un alto nivel de protección y mejora del medio ambiente.
Es precisamente con estos valores con los que está profundamente alineada la Economía Social. Por ello, resulta esencial situar a este modelo de empresa en el centro de las iniciativas políticas que se están abordando actualmente y que determinan la arquitectura institucional responsable de ponerlas en marcha. En el ámbito estatal, participamos en el debate que actualmente se está desarrollando en el Congreso de los Diputados sobre la futura Ley Integral de Economía Social, una oportunidad clave para dotar al sector de un marco normativo moderno, coherente y adaptado a los desafíos presentes. Y en el plano europeo, resulta igualmente urgente situar a la Economía Social en el centro de las estrategias comunitarias, fortaleciendo el Plan de Acción Europeo y, especialmente, asegurando su presencia y financiación en el próximo Marco Financiero Plurianual a partir de 2028, cuyo diseño marcará el rumbo de las prioridades comunes para la próxima década.
El 5 de julio celebramos el Día Internacional de las Cooperativas, en un 2025 especialmente significativo: un año que Naciones Unidas ha declarado como Año Internacional de las Cooperativas. Una ocasión única de visibilizar no solo lo que representan, sino también su dimensión global e impacto como motor de desarrollo sostenible e inclusivo centrado en las personas. Hoy, las cooperativas constituyen una alternativa económica consolidada: más de 3 millones en todo el mundo agrupan al 12% de la población y generan empleo al 10% de la fuerza laboral mundial. En Europa, suman más de 250.000 cooperativas que dan trabajo a más de 5,4 millones de personas. Y España destaca como uno de los países líderes, generando el 26% del empleo cooperativo europeo. Las 300 cooperativas y mutualidades más grandes del mundo suman un volumen de negocio de 2,4 billones de dólares, equivalente al PIB de Canadá o Italia, y superior al de países como Corea del Sur o España.
Por todo ello, es fundamental apostar en este Año Internacional de las Cooperativas por superar sus dificultades de acceso a financiación, mejorar su visibilidad institucional y dotarlas de un marco normativo más adaptado a su singularidad. En este entorno, las finanzas éticas se consolidan como un aliado estratégico. Estas entidades permiten canalizar ahorro hacia proyectos que, a través de las cooperativas y de otras empresas de Economía Social, priorizan el bien común, diseñan productos financieros adecuados y promueven una cultura económica más justa. En un tiempo en el que los retos requieren soluciones transformadoras, estas alianzas son esenciales para multiplicar el impacto de las empresas de Economía Social.

Retos clave del cooperativismo: relevo generacional, digitalización y crecimiento
Y en este nuevo contexto de grandes transformaciones, los retos del cooperativismo exigen una mirada clara y comprometida. Uno de ellos es el del relevo generacional. Muchas cooperativas, especialmente en el medio rural, enfrentan el envejecimiento de sus miembros y la dificultad para incorporar a nuevas generaciones. El impulso de políticas activas que faciliten la entrada de jóvenes o el fomento del emprendimiento colectivo desde edades tempranas es una herramienta fundamental para revertir esta situación. A su vez, la conversión de empresas sin relevo en cooperativas de trabajo asociado o en otras formas de empresas de Economía Social, como las sociedades laborales, representa una gran oportunidad para preservar el tejido productivo y fomentar mercados de trabajo más participativos.
Junto a ello, la digitalización se presenta como otro gran desafío. La transformación tecnológica afecta transversalmente a todos los sectores, y muchas empresas de Economía Social —especialmente las pequeñas cooperativas— carecen aún de los recursos necesarios para afrontarla. Apostar por plataformas colaborativas o modelos de gobernanza digital puede permitir que la digitalización se convierta en un motor de competitividad sin renunciar a los valores cooperativos. Esto requiere inversión, formación y alianzas tecnológicas.
Y, finalmente, el reto de crecer. Son muchas las empresas líderes de la Economía Social —también desde el cooperativismo— que demuestran que su modelo no solo es competitivo en todos los sectores, sino que genera trabajo decente, arraigo territorial y cohesión social. Porque crecer, en este modelo, no significa deslocalizarse ni deshumanizarse, sino multiplicar el impacto positivo justo donde más falta hace.
En este nuevo tiempo que se abre, la Economía Social, una vez más, marca el camino. Como lo hicieron los pioneros de Rochdale hace más de 175 años, las cooperativas siguen demostrando que se puede elegir: entre competir a cualquier precio o construir prosperidad compartida; entre crecer de espaldas a la comunidad o con ella; entre dejarse arrastrar por la incertidumbre o construir certezas colectivas. Apostar por la Economía Social no es solo una opción de futuro. Es, hoy, una necesidad democrática, económica y social para construir un mundo mejor desde nuestros valores: solidaridad y participación.