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Parte 9

Un puente entre la cooperación, la economía solidaria y las finanzas éticas

Durante muchos años, cuando la cooperación internacional ha mirado hacia el mundo económico y ha buscado alianzas en este, se ha fijado ...

De Miquel Carrillo, consultor internacional en Nadir Perspectiva SCCL
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Durante muchos años, cuando la cooperación internacional ha mirado hacia el mundo económico y ha buscado alianzas en este, se ha fijado en multinacionales y en grandes empresas. Hace más de dos décadas, los ya superados Objetivos del Milenio de Naciones Unidas sentaron cátedra, determinando la necesidad de establecer alianzas con los grandes actores privados, en una economía que se globalizaba por momentos. Una orientación que sigue formando parte de la doctrina desarrollista de la Agenda 2030, y a la que su naturaleza sincrética le impide hacer un análisis crítico del capitalismo y de su responsabilidad en la generación de desigualdades e injusticias a escala planetaria.

Efectivamente, cambiar las relaciones productivas y el objetivo de la propia economía, deberían estar en el centro de un propósito de enmienda real de la sociedad global actual. De un tiempo a esta parte, se ha reflexionado mucho sobre el necesario carácter transformador de la cooperación al desarrollo, dotándola de un enfoque de derechos humanos y feminista, para empezar a revertir opresiones e injusticias. Sin embargo, es probable que sigamos contando todavía con pocas herramientas para llevar esa visión al campo económico, incluso que nos hayamos despistado algo en la necesidad de avanzar en la justicia económica, como pilar de la justicia global.

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Luchas compartidas

La economía social y solidaria (ESS) y las finanzas éticas tienen una larga trayectoria en nuestro país, y comparten valores y enfoques con esa cooperación transformadora en ciernes. Sin embargo, han transitado en paralelo, sin apenas puntos de contactos e iniciativas conjuntas, a excepción del comercio justo. La ESS ha sido un actor irrelevante en la cooperación, desgraciadamente, a pesar de las experiencias y aprendizajes acumulados. El papel de la empresa tradicional, como proveedora de servicios o tomador de decisiones, ha sido inmensamente superior, en un espacio de difícil gestión de los evidentes conflictos de intereses. Aunque la ayuda oficial al desarrollo ya no esté ligada a nuestras empresas, en privado se calcula qué oportunidades internacionales puede generar la cooperación al desarrollo para estas. Se piensa más en nuestras cámaras de comercio y en los beneficios repatriados, que en la prosperidad del tejido económico local.

Ese esquema sigue siendo válido y común para todos los países donantes, más incluso para aquellos que como China, Rusia o las monarquías petroleras del golfo no tienen necesidad alguna de esconder sus veleidades hegemónicas. En este mundo que se rearma y desconfía cada vez más de sus vecinos, pensar en intercooperación a escala internacional o en colaborar económicamente en vez de competir, parece casi un atentado contra la seguridad nacional. Y es todo lo contrario.

En el sur como en el norte global, cada vez es más necesaria la localización de la producción y de la distribución, por sus evidentes impactos medioambientales, pero también de generación de empleo. Necesitamos cadenas de valor que repartan de manera justa los beneficios generados por el trabajo de todas las personas implicadas, y que no se conviertan en subterfugios para evitar la responsabilidad frente a los derechos humanos y el medio ambiente, derivadas de la actividad económica. Además, hay que volver a pensar la relación con los territorios y desmontar los modelos extractivistas que, de nuevo en el norte como en el sur, nos han llevado a la actual emergencia ambiental y social.

Mapa de Peters

Por supuesto, eso significa poner en cuestión el sistema colonial, no superado pese a la supuesta independencia política de las antiguas metrópolis, que siguen ocupando el centro del sistema económico. Las periferias también están entre nosotros, las conocemos, igual que sus luchas, que son compartidas, casi idénticas, a las que sostienen otros territorios que no quieren despoblarse y convertirse en graneros inertes.

Triangulación necesaria entre ONG, ESS (incluyendo las finanzas éticas) y política pública

Es necesario construir poder económico y necesitamos a la ESS como aliada. Ese conocimiento, esas redes, ese funcionar son imprescindibles para no seguir orbitando en el círculo de la pobreza. También para plantear relaciones de colaboración corresponsables, redimensionar la cooperación y alejarnos definitivamente de la servidumbre de la donación, que tanto daño ha hecho a nivel político y organizativo. Hablamos de hacer economía real, justa, pero real. Para salvar corazones y coleccionar sonrisas, mejor en otro sitio.

Sin poder económico real, es muy difícil organizarse y ganar derechos. Y en ese esquema, las finanzas éticas son clave porque permiten acometer proyectos que suman para esa nueva economía. Además, constituyen una vía extraordinaria de internacionalización de ese nuevo modelo que reclamamos, al permitir construir economías solidarias de escala y no circunscritas a los Estados, con unos principios y beneficios compartidos. El potencial que pueden tener los excedentes económicos ahorrados en el norte, puestos a funcionar en el sur global, no para repatriar más beneficios, sino para crear cooperativas y cadenas de valor locales, es simplemente incalculable. También para mostrar a nuestra ciudadanía que no se trata de ser buenas personas, si no inteligentes e invertir en un futuro común a todo el planeta: ahorrar con responsabilidad es el único camino.

En los últimos tiempos, primero la Agència Catalana de Cooperació al Desenvolupament y luego eLankidetza (Agencia Vasca de Cooperación al Desarrollo), en Euskadi, están intentando dotarse de instrumentos de cooperación subestatal financiera, inéditos en todo el mundo, y aprovechar también las oportunidades que brinde la reforma de la cooperación financiera a nivel estatal, más transparente y próxima a la sociedad civil. La idea de base es esa triangulación necesaria entre ONG, ESS (incluyendo las finanzas éticas) y política pública orientada hacia un desarrollo justo. Desde la constatación de todas esas conexiones y desde la oportunidad de dejar otros intereses espurios a suficiente distancia. Si queremos conseguir algo, tenemos que atravesar ese puente.

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