¿Qué significa ser «sostenible»? La importancia de la claridad y los obstáculos para la UE
En el mundo de las finanzas, el término «sostenible» vale miles de millones. La UE está trabajando para establecer reglas precisas y definiciones inequí...
De Elisabetta TramontoEn el mundo de las finanzas, el término «sostenible» vale miles de millones. La UE está trabajando para establecer reglas precisas y definiciones inequívocas. Pero no es tan fácil.
«Sostenible». Un término algo inflado en estos días, que se podría decir que se ha puesto de moda. No hay empresa que no utilice este adjetivo en sus canales de información. Declararse «sostenible», con el medio ambiente en particular, parece ser un deber estos tiempos, sobre todo en este último año.
Pero, ¿qué significa exactamente que una empresa es «sostenible»? ¿Significa que no contamina? ¿O que contamina poco? ¿Pero qué tan poco? ¿O incluso que contaminar un poco menos que el año pasado? ¿Significa que hay bombillas LED en sus oficinas? ¿O tal vez que paga para plantar árboles en el otro lado del mundo para compensar las emisiones contaminantes liberadas en el país dónde tiene sede? ¿Significa también que respeta los derechos humanos de las poblaciones donde produce y de las trabajadoras y trabajadores? ¿Podría significar incluso que paga impuestos en su propio país?
Es difícil responder a estas preguntas. O más bien, cada empresa puede responder a su manera. Y así ha sido, al menos por ahora. Porque, hasta ahora, no existe una definición oficial de sostenibilidad. Y cualquier empresa puede utilizar este término como le convenga, creando una gran confusión en las personas consumidoras. Es hacer promesas, a menudo genéricas (y no verificables) y es, en la mayoría de los casos, una estrategia de marketing más.
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La confusión que rodea a las inversiones sostenibles
Pero hablemos de un área específica, las finanzas. Porque en este ámbito, tiene todavía más peso el término «sostenible»: es una responsabilidad. Porque quien propone una inversión “sostenible” está haciendo una promesa por el valor de miles de millones. En 2020, los fondos de inversión sostenibles recaudaron 223.000 millones de euros en Europa, casi el doble que en 2019.
Pero, incluso en este campo, el de las finanzas, el término «sostenible» no tiene definiciones oficiales. Hasta ahora, de hecho, no existía una definición única de “inversión responsable”. Cada agencia de calificación ESG, cada administrador financiero, cada fondo de inversión aplicó sus criterios y metodología en la selección de la cartera de negocios sostenible.
Había una gran «confusión» detrás de las inversiones sostenibles. El término fue creado por los investigadores del MIT, el Instituto Tecnológico de Massachusetts, en una investigación publicada titulada Aggregate Confusion: The Divergence of ESG Ratings, o «Confusión agregada: la divergencia de las calificaciones ESG». Y esto, según el MIT, no es algo positivo. Es una situación que causa problemas considerables: «La ambigüedad en torno a las calificaciones ESG es un obstáculo para un proceso de toma de decisiones prudente que contribuiría a una economía sostenible», afirman.
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El trabajo de la Comisión Europea
Y aquí, por tanto, el motivo por el que la Comisión Europea lleva más de 4 años trabajando para aclarar este mercado. En marzo de 2018, se lanzó un gran plan para crear un conjunto de reglas en torno a las finanzas sostenibles: el Plan de acción sobre finanzas sostenibles.
La razón detrás de este compromiso lo deja claro: para salvar el planeta, la economía debe reducir su impacto. Debe tener lugar una verdadera revolución. Una transformación que puede salir cara: 180.000 millones de euros al año es lo que costará la transición a una economía baja en carbono, según Bruselas. Y los fondos públicos no serán suficientes: es necesario el aporte de capital privado, que debe estar orientado a una financiación ética y sostenible, invertida en actividades económicas sostenibles. Por tanto, es fundamental definir claramente qué actividades pueden «merecer» este atributo. Así nació el trabajo en torno a la “taxonomía de actividades económicas sostenibles”.
El eje del trabajo de la Comisión Europea en torno a las finanzas sostenibles es precisamente la taxonomía, la clasificación de las actividades económicas que se pueden definir como «sostenibles» para el medio ambiente. “Una guía práctica – escribe la Comisión – para políticos, empresas e inversores sobre cómo invertir en actividades económicas que contribuyan a tener una economía que no impacte en el medio ambiente”.
El sinuoso camino hacia un «vocabulario» de inversiones sostenibles
Después de 4 años de trabajo, la taxonomía está ahí. Y entró en vigor el 22 de junio de 2020. Este «vocabulario» de la sostenibilidad medioambiental será una referencia para el mundo de las finanzas responsables, para indicar cuán sostenible es realmente una inversión. A los gobiernos les servirá para establecer incentivos para las empresas verdes. Y a las empresas, para informar de su impacto en el medio ambiente.
El 31 de diciembre de 2021 entrará en funcionamiento el primer bloque de criterios técnicos para la selección de las actividades a considerar sostenibles. A partir de ese momento, quien proponga inversiones sostenibles y responsables (ISR) deberá indicar el porcentaje de alineación de su portafolio de inversiones con la taxonomía.
Pero en realidad aún faltan algunos detalles (importantes): los criterios técnicos para establecer en qué condiciones se puede definir una actividad como sostenible. Deberían haberse publicado a finales de 2020 en forma de actos delegados, pero no fue posible.
Un primer borrador de estos actos delegados había sido elaborado por los 35 expertos del Grupo de Expertos Técnicos (el TEG). Luego vino el borrador final escrito por la Plataforma de Finanzas Sostenibles, que tomó posesión en septiembre por iniciativa de la Comisión Europea. Fue sometido a consulta pública hasta el pasado 18 de diciembre. Pero literalmente se inundó con una avalancha de comentarios y críticas (más de 46.000). Y luego una decena de estados solicitaron y obtuvieron el aplazamiento de los actos delegados. Entonces, por el momento no hay una fecha precisa.
Del medio ambiente a los derechos, las piezas que faltan
Uno de los puntos que más críticas ha recibido se refiere al gas como fuente de energía: según los criterios técnicos recogidos en los proyectos de actos delegados, no podría considerarse un combustible de transición ecológica. Y, sin la etiqueta verde de la UE, las centrales eléctricas de gas podrían perder miles de millones de euros en financiación privada. Un problema en particular para los países de Europa del Este, donde las centrales de gas de ciclo combinado están favoreciendo la transición del carbón.
Otro punto delicado se refiere a la bioenergía producida por la quema de árboles, que, según la taxonomía, sería “sostenible”. Pero para el movimiento ecologista, no. Lo mismo pasa con las centrales hidroeléctricas, que se incluyen entre las categorías sostenibles, pero según muchas ONG deberían excluirse por daños a la biodiversidad. Otro punto delicado es el plástico, considerado sostenible por la taxonomía si “se produce completamente mediante el reciclaje mecánico de residuos plásticos” o mediante procesos de reciclaje químico si se respetan las normas mínimas de emisión.
Pero en el largo trabajo de la Comisión Europea para definir las finanzas sostenibles no hay rastro (o casi) de criterios sociales, uno de los 3 factores clave de ESG: ambiental, social, gobernanza. Solo se especifica que deben respetarse los umbrales mínimos de seguridad social, como la alineación con las directrices de la OCDE para multinacionales y los Principios Rectores de las Naciones Unidas sobre Empresas y Derechos Humanos.
Tampoco se consideran factores la especulación y la evasión fiscal. “El factor social es tan fundamental para una economía sostenible como el medioambiental. Hoy esto es aún más cierto – explica Francesco Bicciato, presidente del Foro de Finanzas Sostenibles-. El coronavirus ha puesto de relieve la importancia del factor social también para los instrumentos financieros ”.
Según las entidades de Finanzas Éticas, no puede haber una financiación sostenible que no considere los tres pilares de la sostenibilidad.