Las contradicciones de Europa. Ser sostenible o solo parecerlo. Neus Casajuana (Revo-Prosperidad Sostenible)
Durante el mes de abril hemos sido espectadores de varias noticias importantes relacionadas con el cambio climático y la sostenibilidad en la Unión ...
De Neus Casajuana - Revo Prosperidad SotenibleDurante el mes de abril hemos sido espectadores de varias noticias importantes relacionadas con el cambio climático y la sostenibilidad en la Unión Europea. Algunas, cómo la aprobación de la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero en un 55% para 2030, nos llevan al liderazgo mundial en la lucha contra el cambio climático. Otras, como la protesta de los técnicos asesores abandonando el grupo de trabajo encargado de redactar las reglas de la taxonomía de las finanzas sostenibles, ponen en evidencia las presiones ejercidas por los lobbies sobre los responsables de las políticas de la UE.
Las reglas de la taxonomía definen lo qué se va a considerar cómo inversiones sostenibles, para diferenciarlas de las inversiones ligadas al CO2 y van a jugar un papel muy relevante en las finanzas de la UE en las próximas décadas ya que, en función de cómo estén clasificadas inversiones i empresas, van a ser tratadas de forma muy distinta por el mercado y las instituciones: van a subir sus acciones, cómo ya se observa en el Íbex, podrán recibir subvenciones y créditos blandos, etc. Las que no, quizá se hundan. En la contienda sobre la taxonomía está en juego la aceptación cómo inversiones sostenibles de empresas gasísticas, centrales nucleares, madereras y navieras. Pronto podremos comprobar hasta donde nos lleva esta lucha de poderes.
Pero más allá del reto de controlar el poder de los sectores ligados a los combustibles fósiles, la UE tiene otros retos que abordar y que raramente salen a la luz, porque si se expusiesen con claridad pondrían en jaque al propio modelo económico europeo basado en el crecimiento ilimitado y en una distribución piramidal de la riqueza y el poder.
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Finanzas y distribución de la riqueza: ¿Quién se queda con los beneficios de las inversiones verdes?
El primer reto concierne a la distribución de la riqueza y de los beneficios de las finanzas verdes. Podemos preguntarnos quienes van a ser los beneficiarios de las grandes inversiones que veremos estos próximos años, impulsadas por la inyección masiva de dinero del plan de recuperación europeo Next Generation.
¿Quiénes van a poder acceder a estos fondos? Observando los posicionamientos de las grandes corporaciones, intuimos que el patrón de reparto va a seguir la misma tónica de siempre, perpetuando la injusta distribución de la riqueza en Europa. Estos fondos van a beneficiar básicamente al gran capital que está mejor situado porque tiene los medios que les permiten cumplir con los requisitos para solicitarlos. Next Generation no contempla medidas específicas para impulsar las inversiones comunitarias en las que puedan participar los pequeños inversores, logrando que por capilaridad se consiga una distribución más equitativa y menos concentrada de los beneficios.
El cuento de la lechera. Las leyes europeas deben basarse en fundamentos sólidos
El segundo reto cuestiona el concepto de sostenibilidad basado en el modelo del crecimiento económico sin límites. El “Pacto Verde Europeo” es la estrategia diseñada por la UE para “hacer sostenible la economía europea y superar los desafíos del cambio climático y la degradación ambiental”.
La Comisión Europea pretende con esta estrategia lograr una economía moderna, eficiente en el uso de los recursos y competitiva, donde no habrá emisiones netas de gases de efecto invernadero para 2050, donde el crecimiento estará desvinculado del uso de recursos y ninguna persona se va a quedar atrás. Uno de los ejes de esta estrategia se basa en la reorientación del capital hacia las finanzas sostenibles necesarias para la reconversión hacia una economía sostenible y descarbonizada.
Aunque el Pacto Verde Europeo genera ilusión, existen serias dudas de que sea factible. Esta estrategia se olvida de que, entre todos estudios enfocados en establecer las relaciones entre crecimiento y consumo de recursos, no hay ninguno que haya podido demostrar su desacoplamiento. La economía circular que Europa pregona es una utopía. ¿Qué datos llevan a convencer a los políticos que es posible la desvinculación entre PIB y huella material? En Europa solo un 12% de los materiales utilizados por la industria procede del reciclado. Naturalmente que la tecnología nos va a permitir mejorar la eficiencia en el consumo de los recursos, pero eso no demuestra que el desacoplamiento absoluto sea posible.
Si esta estrategia de desarrollo sostenible no está basada en datos o hechos que demuestren su factibilidad, es poco creíble que los resultados de su implantación tengan algún parecido con lo que se entiende por sostenibilidad en términos ecológicos.
La rica y avanzada Europa no es solo una de las regiones del mundo que generan más gases de efecto invernadero per cápita sino que se encuentra en la cola mundial en su huella material. Es además, una de las economías que genera más externalidades negativas en terceros países a través del comercio internacional de productos y materias primas.
El elefante en la habitación de los europeos se llama huella material
Nuestra huella material y las externalidades negativas que causamos son las consecuencias del modelo económico, a las cuales las leyes europeas nunca hacen referencia y que nunca han pretendido limitar. Son el elefante que tenemos en la habitación y que no queremos ver.
Revisemos si no, los reglamentos que tienen que ver con estos planes de sostenibilidad: el reglamento sobre finanzas sostenibles y el reglamento de taxonomía u otros que ya están en funcionamiento, cómo los relacionados con el ecodiseño y la economía circular. Todos ellos hablan de reforzar la reciclabilidad, la reparabilidad, la reutilización, la durabilidad de los productos, la reducción del consumo de materias primas, etc.
Sin embargo, estos objetivos siempre se definen con un elevado margen de relatividad. Pongamos algún ejemplo para entendernos: ¿Va a tener la etiqueta “sostenible” la fabricación de coches eléctricos? Evidentemente que sí, ¿pero se impone algún límite en la cantidad de coches que Europa debe producir o consumir o algún límite en la cantidad de recursos destinados a este fin?, ¿no sería más sostenible enfocarse hacia el transporte público eficiente en vez de promover el coche privado?
Otro ejemplo: si Europa defiende y promueve la economía circular, ¿entonces, por qué no obliga a aumentar a más de dos años la garantía de cualquier artículo o por qué no obliga a los fabricantes de grandes electrodomésticos a proveer de piezas de recambio durante un periodo más prolongado que el actual de 7 a 10 años? Quizá la respuesta está en el diseño de nuestro modelo económico: si no se venden nuevos productos, el PIB no crece y eso significa paro y recesión. ¿Quizá deberíamos cambiar entonces de diseño?
Para que las políticas europeas se enfoquen realmente hacia la sostenibilidad y no solo en aparentarla, es necesario que sus objetivos en el uso de recursos materiales tengan unos límites definidos, que puedan ser medidos y rastreados mediante indicadores cuantificables. Del mismo modo que la UE ha sido capaz de legislar para limitar sus emisiones de CO2 en 2030 y 2050, debería ser capaz de poner límites a su huella material. Debería legislar sobre minería y extracción, sobre el flujo de materias primas con el resto del mundo y sobre la reducción de las externalidades negativas derivadas de su comercio internacional.
Mientras eso no ocurra seguiremos sin hablar del elefante en la habitación y seguiremos viendo las contradicciones flagrantes entre los distintos departamentos de la UE. Las contradicciones entre lo que dice o hace el área económica y lo que dice o hace el área medioambiental. Solo hace falta dar un repaso a los indicadores de los Objetivos de Desarrollo Sostenible o a los informes publicados por la Agencia Europea del Medio Ambiente.
En su publicación Crecimiento sin crecimiento económico podemos leer: Es improbable que se pueda lograr una disociación absoluta y duradera entre el crecimiento económico y las presiones e impactos ambientales a escala mundial; por lo tanto, las sociedades deben repensar qué se entiende por crecimiento y progreso, y su significado para la sostenibilidad global. Los responsables de la redacción de las leyes europeas harían bien en leerse estos informes y tener en cuenta sus advertencias.