Pensando en pandemias y finanzas éticas
Financiera, ecológica, sanitaria… estos últimos años estamos consiguiendo agotar los adjetivos para etiquetar las crisis globales. Aquellas que etiquetamos, claro. Porque hay otras ...
De Peru Sasia, vicepresidente de Banca Etica y presidente de la Federación Europea de Banca Ética y AlternativaFinanciera, ecológica, sanitaria… estos últimos años estamos consiguiendo agotar los adjetivos para etiquetar las crisis globales. Aquellas que etiquetamos, claro. Porque hay otras que son tan permanentes que parece que ya no captan nuestra atención, ni desde luego la de los medios de comunicación.
Crisis que, dicho sea de paso, nos siguen invitando a analizar lo que está ocurriendo. Nos invitan a mucho más, por supuesto. Hay demasiado dolor, temor e incertidumbre como para pensar solo en mirar la realidad, sin sentir la obligación de incidir en ella. Quede dicho al menos antes de seguir con esta reflexión.
Los ángulos posibles para pensar sobre esta crisis son, obviamente, muy numerosos. La mayoría estaban ya presentes en otras crisis y, me temo, seguirán estándolo en las que queden por venir: las consecuencias de una globalización desatada a merced de los intereses de los grandes actores económicos y políticos, el riesgo y su preferencia por las personas y sectores más vulnerables, el valor -siempre bajo sospecha- de un sector público fuerte y responsable que vele por el bien común, la necesidad de un tejido moral individual y colectivo capaz de cambiar nuestras prioridades como sociedad global, las limitaciones de un economicismo ciego a la solidaridad y la cooperación o lo mucho que dependemos de personas –la gran mayoría mujeres, no lo olvidemos- desarrollando tareas que el mercado no considera dignas de un reconocimiento correlativo a su aportación al bienestar…
De muchas de ellas se habla y se seguirá hablando durante bastante tiempo. Algunas quedarán enterradas por ser sospechosas, una vez pasada la amenaza inmediata, de entrañar “peligrosos devaneos ideológicos antisistema”. Esperemos que unas pocas nos dejen al menos nuevas enseñanzas que -quizás esta vez sí- nos ayuden a ser personas mejores y mejores sociedades.
Las finanzas éticas a examen
En la permanente tarea de crear y consolidar circuitos de intermediación financiera alternativos, esta es una oportunidad impagable de volver la mirada a sus principios y releerlos a la luz de lo que está ocurriendo. Es un ejercicio de honestidad intelectual que debemos aprovechar, no precisamente con aspiraciones académicas, sino con la intención de analizar el valor social que aportan dichos principios en una situación concreta como la actual. No podemos olvidar que siempre hemos explicado que las finanzas éticas son justamente eso: el resultado práctico que se obtiene cuando sociedad civil organizada se plantea un análisis ético a fondo de la intermediación financiera y propone consecuentemente un nuevo modelo para desarrollarla.
Ética aplicada en el sentido más exigente del término. Proyectos que tratan de responder de forma coherente a los distintos retos éticos que se desvelan cuando nos preguntamos sobre aspectos esenciales del ámbito financiero como los criterios para decidir las estrategias de financiación e inversión, la responsabilidad fiscal, los esquemas de retribución, el destino de los beneficios o la gobernanza.
Es desde esa perspectiva desde la que cobran sentido unos principios y modos de funcionamiento que en el mundo de las finanzas éticas asumimos como propios y mostramos de forma trasparente, convirtiéndolos en un compromiso público por el que la sociedad puede pedirnos cuentas. Puestos a la tarea, una manera bastante intuitiva de sistematizar este ejercicio de honestidad al que hacíamos referencia es repasar dichos principios y modos de operar, tratando de analizar cómo “funcionan” ante la situación actual. Se trata, obviamente, de un ejercicio que, desarrollado con la debida profundidad, nos puede llevar bastante lejos, por lo que solo delinearemos aquí algunos de sus aspectos más importantes.
Autonomía, lucro y cultura
Solemos olvidarlo con cierta frecuencia, pero es especialmente en estos momentos cuando aparece un elemento clave para que una organización pueda responder adecuadamente. Este elemento no es otro que su autonomía, su capacidad real de adoptar determinadas medidas asumiendo las consecuencias (económicas o de otro tipo)
que conllevan. Preguntándonos por nuestra autonomía, existen al menos dos factores esenciales que debemos analizar.
En la permanente tarea de
crear y consolidar circuitos
de intermediación
financiera alternativos,
esta es una oportunidad
impagable de volver la
mirada a sus principios y
releerlos a la luz de lo que
está ocurriendo.
El primer factor tiene que ver con lo que habitualmente se consideran las “condiciones materiales para la libertad”, aquellas características de naturaleza instrumental que permiten que, de hecho, nuestra organización sea capaz de tomar decisiones, más allá del reconocimiento formal de que tenemos (o se nos otorga) esa capacidad. Y aquí aparecen los factores económicos. Hemos reflexionado muchas veces sobre lo que se suele conocer como el “yugo de la superrentabilidad”, esa exigencia que pende como espada de Damocles sobre las empresas, muy especialmente las cotizadas, para supeditar toda estrategia a determinados indicadores económicos y financieros que puedan complacer a algunos accionistas y atraer a otros nuevos. Las sonoras declaraciones sobre “el interés del cliente” o “el cuidado de nuestros empleados y empleadas”, que se encuentran en todos los documentos declarativos de todas las organizaciones hoy en día, chocan con la realidad económica, precisamente en momentos en los que hacer efectivo ese reconocimiento se vuelve más necesario.
Cuando las finanzas éticas plantean como uno de sus elementos más característicos la ausencia de ánimo de lucro o la gobernanza cooperativa, están precisamente buscando mantener una autonomía que les permita adoptar decisiones que, aunque supongan en la práctica tensiones en la organización, ya sea directamente económicas o de otro tipo, saben que son queridas y apoyadas por su base social, perseguidas por sus directivos y respaldadas por el conjunto de los profesionales que tienen que implementarlas. Una cultura común que reconoce lo que MacIntyre -al que regresaremos posteriormente- llamaba el bien interno de la organización. Una cultura que se centra, en definitiva, en lo que –éticamente – debe ser hecho. Es importante entender esta conexión entre lucro, gobernanza y propósito, para evitar caer en simplificaciones que muchas veces son críticas superficiales o interesadas sobre su auténtico valor y significado.
Es sin duda un buen momento para poner a prueba esta cultura, preguntándonos si la ética es un elemento sobrevenido que se plantea a posteriori por razones de contexto o presión social, y no una aspiración que surge de la misma entraña moral de la organización.
Las sonoras declaraciones
sobre “el interés del cliente”
o “el cuidado de nuestros
empleados y empleadas”, que
se encuentran en todos los
documentos declarativos de
todas las organizaciones hoy
en día, chocan con la realidad
económica, precisamente en
momentos en los que hacer
efectivo ese reconocimiento
se vuelve más importante.
Es bien cierto que actualmente todas las organizaciones hablan de su interés por construir cultura, gestionar cultura, crear cultura… Pero no podemos olvidar que no toda cultura es cultura ética, como no lo es cualquier valor. Innovar, esforzarse, emprender, incluso colaborar, son virtudes solo en la medida que se orientan a un bien determinado, resultando de gran importancia conocer qué cultura construye y trasmite una organización. Para las organizaciones de finanzas éticas, la dimensión cultural interna (hablaremos de la externa posteriormente) constituye un elemento fundamental y así se declara, se explica y se desarrolla. Por eso atendemos dentro de las prioridades estratégicas esos elementos de construcción de cultura, reflejando de forma transparente lo que hacemos y desde qué perspectiva (ética) lo hacemos.
Es desde esa perspectiva desde la que cabe entender el sentido más profundo de valores declarados por las finanzas éticas, así como de algunas de sus concreciones prácticas. La austeridad, la sobriedad, los topes en la retribución, el destino de los beneficios, la consideración del capital… son compromisos que se asumen porque contribuyen a reforzar la autonomía y la capacidad de operar de la organización. Encontrar en estos tiempos de pandemia global iniciativas de apoyo a los colectivos especialmente afectados no es sino una respuesta coherente con esa cultura organizacional de las finanzas éticas. Gracias a ella, las finanzas éticas no solo quieren responder, sino que, en muchos casos, son las que mejor pueden responder, como veremos más adelante.
Gobernanza: el sentido profundo de la actividad cooperativa
Estando la cultura organizacional en la base de esa comunión de intereses entre lo que habitualmente se conoce como stakeholders internos de la organización (profesionales, directivos, accionistas), debemos preguntarnos por la manera en cómo se puede conseguir en la práctica que esa cultura permee a través de toda la organización. Dicho de otra manera, y aplicado especialmente a la actual coyuntura: cómo conseguir que un determinado modelo de gobernanza haga que el conjunto de agentes que componen la organización actúen no solo como aliados, sino como actores comprometidos, informados y con capacidad de incidir en las estrategias concretas que la organización, sumergida en un contexto nuevo y retador, debe desarrollar.
En este sentido, podemos apuntar diversas razones para fundamentar no solo el valor, sino la necesidad de la gobernanza cooperativa en las organizaciones de finanzas éticas. La primera, que de alguna manera recoge todas las demás, es porque este modelo de gobernanza permite, mejor que cualquier otro, desarrollar el bien interno de las finanzas éticas con la necesaria autonomía. Un modelo basado en la participación, que nos permite construir un nuevo tipo de relaciones como organización (democracia interna), un nuevo tipo de relaciones en el ámbito de la intermediación financiera (dimensión relacional de la actividad económica) y un nuevo tipo de relaciones en la esfera pública (dimensión política, construcción ciudadana del espacio público).
La gobernanza cooperativa es condición imprescindible para construir un proyecto empresarial que vaya mucho más allá de la mera gestión de intereses de los stakeholders, tal y como proponen los modelos de RSC. Este estilo de gobernanza da un paso más, construyéndose sobre una lógica que entiende que los stakeholders no son meros portadores del propio interés, sino auténticos Portadores de Valor que se sienten protagonistas y reconocen su responsabilidad en participar en la construcción de un proyecto empresarial sólido y sostenible.
Aunque suele costarnos asumirlo, es importante entender que las organizaciones de finanzas éticas pretenden crear una comunidad de interés en torno a valores “no directamente favorecedores de lo propio”, como el reconocimiento en determinadas condiciones del derecho al crédito, la reconsideración del riesgo o los sectores y colectivos a los que es prioritario atender.
La austeridad, la sobriedad, los topes en la retribución, el destino de los beneficios, la consideración del capital… son compromisos que se asumen porque contribuyen a reforzar la autonomía y la capacidad de operar de la organización. Encontrar en estos tiempos de pandemia global iniciativas de apoyo a los colectivos especialmente afectados no es sino una respuesta coherente con esa cultura organizacional de las finanzas éticas.
Hablábamos antes de la ética como elemento sobrevenido en muchas organizaciones. En este sentido, no podemos olvidar que el modelo de gobernanza juega un papel fundamental en la manera en cómo una organización incorpora la ética en la gestión. En estos tiempos en los que la noción de ética está manoseada por tanta gente, es importante establecer una clara diferencia entre entender la ética como un elemento intrínseco que se incorpora a priori en los procesos de deliberación de la organización o, por el contrario, como un añadido que interesa publicitar según convenga. Una gestión ética que la organización tiene incorporada en su cultura y que es mucho más que simple apariencia, coincidencia o en el mejor de los casos, adhesión oportunista. Las finanzas éticas conocen bien las inercias y presiones que impone el contexto en el que se desenvuelven, tan marcada por las exigencias del mercado, y saben que necesitan de una gobernanza capaz de nutrirse de las aportaciones que los diversos Portadores de Valor que quieren contribuir en la construcción de un proyecto éticamente sólido. Y eso quiere decir, nuevamente, crear estructuras y procesos que aseguren una cooperación efectiva en el modelo de gobierno.
El modelo de gobernanza cooperativa, cuando despliega todo su potencial, se convierte en una apuesta de naturaleza nítidamente contracultural, pero que se muestra imprescindible y evidencia toda su potencialidad en tiempos como el que estamos viviendo, en el que muchos colectivos profesionales y empresas descubren (algunas actuando consecuentemente) que es necesario rescatar valores como la donación, la solidaridad o la generosidad, habitualmente desterrados de la cultura empresarial pero que se vuelven hoy indiscutiblemente necesarios.
Reforzar el interés común frente a otros de naturaleza más “privada” (aunque sean estos muchas veces también legítimos) encierra una propuesta con un gran potencial transformador y choca frontalmente con el modelo de homo economicus que se presenta en la cultura económica dominante como el único deseable, ese que caracteriza a una persona “racional”.
También es importante entender, y muy especialmente en tiempos como estos, que la gobernanza cooperativa nos capacita para asumir, a todos los niveles, nuestra responsabilidad como organización de finanzas éticas. Desde el conocimiento directo de lo que ocurre, a través de nuestra propia presencia y la relación con personas y organizaciones que nos lo muestren, evitando el oportunismo, la autorreferencialidad y el paternalismo. Nos capacita asimismo para “rendir cuentas” (accountability), para mantener vivo nuestro compromiso por reconstruir un espacio público, contribuyendo a crear ciudadanía que es mucho más que una agregación individual de personas consumidoras.
La gobernanza cooperativa abre la organización a la sociedad en la que vive y en la que despliega su ciudadanía. Empezando por la base social a la que reconoce de forma efectiva su derecho para participar en las decisiones más importantes y contribuir en construir una organización sólida, sostenible y capaz de responder, pasando por sus propias estructuras profesionales y de gobierno, y llegando a la sociedad en general como lugar de construcción de lo público con el que las finanzas éticas se comprometen y como espacio que nos muestra lo que debe ser trasformado (redes de la sociedad civil, entes
públicos, empresas…). Sin olvidarnos de nuestros clientes, por supuesto, de los que hablaremos enseguida.
Es importante entender que la gobernanza cooperativa nos capacita para asumir nuestra responsabilidad como organización de finanzas éticas. Desde el conocimiento directo a través de nuestra propia presencia y la relación con personas y organizaciones que nos lo muestren, evitando el oportunismo, la autorreferencialidad y el paternalismo.
Diversos elementos capacitan a su vez a la organización para desarrollar este modelo de gobernanza cooperativa. Algunos son los propios de la democracia interna (reglamento electoral,
estructuras y procesos de participación). Otros tienen que ver con la dimensión externa, tanto en lo que hace referencia a la interacción social (participación en redes, socios estratégicos, alianzas…) como a la incidencia política (campañas, lobby…). Por todo esto, es importante también resaltar que construir una participación informada y madura es un deber de las organizaciones de finanzas éticas, que necesitan que exista una cultura compartida y robustos mecanismos de incidencia interna.
En definitiva, no podemos olvidar que, al analizar las condiciones que propone el proyecto político de las finanzas éticas a su estructura social y al conjunto de la sociedad, encontramos que una de las claves posibilitadoras de la realización de este proyecto reside en las expectativas de los agentes reunidos en torno a él. La estructura de gobierno, las dinámicas asociativas, la estrategia de crecimiento, las dinámicas de relación con otros agentes sociales, la presencia pública, la formación, la comunicación… son elementos que deben ser analizados, en una vigilancia permanente. Estos son buenos tiempos para ver cómo se han activado todos estos elementos y comprobar su funcionalidad y su valor.
El bien interno de las finanzas éticas (1): Crédito para la economía real
Citábamos antes a Alasdair MacIntyre, quien en su influyente y referencial obra Tras la virtud (1987) explicaba como los seres humanos desarrollamos múltiples tipos de actividades, entre los que conviene destacar y diferenciar al menos una de ellas, que denomina «práctica». Definía la práctica como una actividad cooperativa establecida socialmente, sujeta a reglas, con la que se realizan bienes internos, generalmente en el contexto de organizaciones (empresas) que la potencian. Los bienes internos son propios de la naturaleza de la actividad profesional o empresarial que se desarrolla y se diferencian de los bienes externos –dinero, poder, prestigio–, adheridos a ellos, que pudiendo ser legítimos no pueden en ningún caso sustituir a los anteriores, sino obtenerlos como consecuencia de la práctica bien orientada.
Incluso algunos autores plantean en sus reflexiones sobre nuevos modelos empresariales (como Paul Collier en el reciente libro El futuro del Capitalismo), que algunos de estos elementos, considerados habitualmente como el fin último de la organización (especialmente la maximización del beneficio y la consecuente retribución al accionista), no son sino “limitaciones” o “condiciones” que una empresa bien gestionada debe tener en cuenta, pero en ningún caso el fin último de ésta.
En la situación actual, este compromiso con la economía real tiene una lectura clara: atender las necesidades de nuestros clientes de crédito, muchos de los cuales están inmersos en situaciones extremadamente complicadas. Esto significa dar un paso adelante, acercarnos a ellos, interesarnos por su realidad,
estudiar mecanismos que puedan contribuir en alguna medida a mejorar su situación…
Para las finanzas éticas, el bien interno está vinculado con la intermediación financiera entendida como la creación de circuitos económicos de ahorro-crédito que permiten potenciar el desarrollo de actividades económicas directas que, al cumplir determinados requisitos, generan bienestar social y construyen bien común. Muchas lo decimos en los Estatutos u otros documentos fundacionales. La Federación europea de banca ética y alternativa (FEBEA) lo declara como uno de los elementos fundamentales que caracteriza a las entidades de finanzas éticas en Europa.
En la situación actual, este compromiso con la economía real tiene una lectura muy clara: atender las necesidades de nuestros clientes de crédito, muchos de los cuales están inmersos en situaciones extremadamente complicadas. Esta situación generará (ya lo está haciendo) efectos a largo plazo y, como muchas voces están ya recordando, afectarán de forma especialmente grave a quienes ya se encontraban en situaciones de especial fragilidad. Esto significa que es necesario dar un paso adelante, acercarnos a ellos, interesarnos por su realidad, estudiar mecanismos que puedan contribuir en alguna medida a mejorar su situación… Significa también rechazar (y también denunciar) a quienes aprovechen las oportunidades que esta coyuntura presenta para poner condiciones abusivas, especular con los precios, hacer publicidad engañosa, etc.
Este es el planteamiento que marca el horizonte desde el que definen sus estrategias concretas las finanzas éticas en estos tiempos. Obviamente, operativizar estas estrategias exige prestar atención a aquellos elementos que puedan hacerla posible. Analicemos algunos de ellos, porque nos pueden asimismo dar información interesante sobre el sentido profundo de algunos de los principios de funcionamiento de las finanzas éticas.
El primero de ellos resulta bastante obvio. Conocer la realidad en la que estamos inmersos, la comunidad que contribuimos a construir (componente esencial de nuestra ciudadanía como organización), es una evidente condición de partida. Sin embargo, no por resultar obvio
podemos darla por descontado. Muchas entidades financieras, muy especialmente con la amplia penetración de las herramientas digitales, se han ido alejando paulatinamente de las realidades concretas, de tal manera que han dejado de entender (y sobre todo en tiempos extraños, como estos) las particularidades de las necesidades de determinados sectores especialmente vulnerables.
Los clientes “normales” pasan a ser expedientes digitalizados y sus realidades vitales se traducen a estadísticas e indicadores. Muy eficiente en algunos casos, sin duda. Pero absolutamente inaplicable en estos tiempos. Las finanzas éticas hemos desarrollado durante décadas una práctica financiera orientada precisamente a esos sectores, lo que nos ha permitido generar una amplia trama de canales abiertos de comunicación que hacen posible conocer de primera mano su situación.
Un segundo elemento es la especialización. Nuestra práctica financiera no solo nos permite conocerles, también nos permite entender sus necesidades. Son años de trabajo en el que hemos desarrollado un conocimiento y una práctica que resulta valorada incluso por quienes, desde las administraciones públicas a distintos niveles, entienden que es necesario apoyar determinados sectores específicos y no encuentran en los grandes operadores financieros el interlocutor que necesitan.
Otro elemento de gran valor lo constituyen las alianzas en las que participamos habitualmente las finanzas éticas. Organizaciones y redes en la que confiamos y que confían en nosotros. No podemos olvidarnos de una realidad sobre cuyas consecuencias hemos reflexionado muchas veces: las organizaciones de finanzas éticas ofrecemos precisamente eso, productos y servicios financieros. Ahorro, crédito, medios de pago… soluciones que pueden ser necesarias para muchas personas y organizaciones, pero que difícilmente constituyen la única clave para responder en
situaciones como las que estamos viviendo ahora. Sentirnos parte de un determinado ecosistema en el que compartimos cultura y prioridades nos permite participar de forma coordinada de una estrategia colectiva orientada a ofrecer un conjunto de
instrumentos, todos necesarios para responder a las situaciones que esta crisis provoca.
Nuestra práctica financiera no solo nos permite conocerles, también entender sus necesidades. Son años de trabajo en el que hemos desarrollado un conocimiento y una práctica que resulta valorada incluso por quienes, desde las administraciones públicas, entienden que es necesario apoyar determinados sectores específicos y no encuentran en los grandes operadores financieros el interlocutor que necesitan.
Muchas de las entidades de finanzas éticas, cuando comenzaron su andadura, decidieron apostar por conformarse como entidades bancarias sometidas, como cualquier otro banco, al marco regulatorio y a los mecanismos de supervisión. Las razones, sin descartar el valor de otros modelos de intermediación financiera, se entienden con claridad en momentos como los actuales.
Finalmente, es necesario también considerar nuestra relación con las administraciones públicas. Las finanzas éticas hemos ido construyendo una legitimidad que no está fundamentada en nuestro volumen o nuestra capacidad de modular nuestra reputación, sino en nuestra manera (transparente, no lo olvidemos) de hacer finanzas. Una legitimidad que nos permite en estos tiempos interaccionar con muchas administraciones de diversos niveles para la implementación de programas de intervención de emergencia que necesitan entidades financieras que conocen el ámbito, tienen las herramientas… y son dignas de confianza.
Las finanzas éticas hemos ido
construyendo una legitimidad que nos permite ahora interaccionar con muchas administraciones de diversos
niveles para implementar programas de intervención de emergencia que necesitan entidades financieras que conocen el ámbito, tienen las herramientas y son dignas de confianza.
Al hilo de la colaboración entre finanzas éticas y administraciones públicas, merece la pena hacer una breve reflexión. Muchas de las entidades de finanzas éticas, cuando comenzaron su andadura, decidieron apostar por conformarse como entidades bancarias
sujetas, como cualquier otro banco, al marco regulatorio y a los mecanismos de supervisión propios del sector. Las razones de tomar esta decisión, que sin duda complejiza en gran medida la construcción y consolidación del proyecto, se entienden con claridad en momentos como los actuales. En situaciones como las que estamos viviendo, algunas medidas (especialmente las que ofrecen las administraciones públicas a distintos niveles) pueden ser utilizadas para reforzar el impacto de las finanzas éticas en aquellos ámbitos que nos son propios, permitiendo una mayor capacidad de penetración social.
El bien interno de las finanzas éticas (2): Mucho más que finanzas
FEBEA planteaba para su congreso y asamblea anual el lema: “Más allá del crédito”. La asamblea será on-line y la conferencia no se podrá celebrar, al menos en unos meses, pero lo que no cabe duda es que el lema, que sin duda mantiene su vigencia en el contexto actual, tiene mucho que ver con el valor de las finanzas éticas en estos tiempos y, especialmente, en los que están por venir.
Solemos resaltar con cierta frecuencia que los proyectos de finanzas éticas modernos surgen a partir de dos fuerzas impulsoras. Por un lado, una reflexión a fondo sobre el derecho al crédito, desarrollada normalmente a su vez por organizaciones que entienden lo que el reconocimiento efectivo de este derecho en determinadas condiciones supone como elemento imprescindible para el desarrollo de las capacidades propias de muchas personas y organizaciones, así como su valor como factor desencadenante de impactos sociales positivos que no se pueden generar sin el apoyo de este instrumento fundamental.
La otra fuerza impulsora es la exigencia de muchas personas y organizaciones de que su dinero en depósito sea tratado por la entidad financiera como un bien común y que, por lo tanto, esta lo emplee en generar estos efectos (justicia y valor social) a los que hacíamos referencia. Sujetos que requieren que la entidad financiera con la que trabajan sea capaz de rendir cuentas, mostrando con información clara, completa y fiable que esto es así.
Estas dos fuerzas generan proyectos financieros que son mucho más que actividad bancaria, haciendo que las organizaciones de finanzas éticas establezcan en sus estrategias unas prioridades de actuación que van más allá de la oferta de productos y servicios típicamente bancarios. Entre esas prioridades podemos destacar, por la potencialidad que encierran en estos tiempos, dos de ellas.
La primera tiene que ver con una necesidad que existe permanentemente en nuestras sociedades pero que se agudiza especialmente en contextos como el que estamos viviendo. Se trata de necesidades financieras (de crédito, de capital) que no se ofertan en el mercado bancario, al tratarse de clientes que engrosan el grupo de “demandantes no solventes”. Un grupo para el que no funciona la mano invisible del mercado, que pasa a ser una mano ciega a sus necesidades.
Muchas de las estrategias que será necesario implementar en estos tiempos, como ocurre permanentemente en muchas zonas empobrecidas del planeta, requieren de una adaptación de muchas de las características de mercado de los productos de crédito (plazos, moratorias, garantías, avales, valoración de riesgos…). Las finanzas éticas tienen, como parte esencial de su cultura, no solo (como ya apuntábamos antes) el conocimiento de esas situaciones y la experiencia para entenderlas y adaptarse, sino la vocación de dar un paso adelante, tomar la iniciativa y trabajar proactivamente (con otros
posibles aliados) para responder a estas demandas “fuera de mercado” y para los que muchas veces requieren de instrumentos que los operadores financieros sometidos a supervisión (entre ellos,
como decíamos, muchas entidades de finanzas éticas) no pueden ofrecer.
Se entiende así el valor del “ecosistema” de las finanzas éticas, cuya diversidad lo convierte en un espacio extremadamente rico para
ofrecer soluciones adaptadas a los diversos ámbitos que reclaman la necesidad de aliados financieros de muy diverso tipo. Y supone, como decíamos, un estímulo para cooperar entre los diversos habitantes de este ecosistema financiero.
Muchas de las estrategias necesarias en estos tiempos requieren de una adaptación de muchas de las características de mercado de los productos de crédito. Las finanzas éticas tienen el conocimiento de esas situaciones, la experiencia para entenderlas y adaptarse, y la vocación de dar un paso adelante para responder a estas demandas “fuera de mercado”.
La segunda prioridad es quizás uno de los elementos distintivos más característicos de las finanzas éticas y es lo que hace que no podamos entenderlas sino como proyectos ciudadanos con una clara vocación política. Nos referimos a la responsabilidad de incidir (contaminar, lo hemos venido llamando, aunque es un término que quizás deberíamos revisar) en la esfera pública. El sentido de este trabajo cultural orientado a desmontar el mito del homo economicus se vuelve evidente para mucha gente en estos periodos de crisis, aunque deberemos admitir que, al menos hasta el momento, dicho reconocimiento no suele pasar para la gran mayoría de ser simplemente eso, una pre-ocupación que no desencadena cambios profundos sobre la manera de comportarse respecto a las cuestiones que se nos han hecho evidentes durante un fugaz periodo.
Es importante resaltar que, si bien esta “amnesia selectiva” se aplica con mucha claridad especialmente en los gobiernos y las empresas, no es menos cierto que el sustrato cultural común retorna también rápidamente al abrigo del modelo de consumo individualista. Por eso resulta prioritario para las finanzas éticas perseverar en la tarea cultural para la transformación social y hacerlo con la legitimidad que otorga el hecho de que dicha tarea venga impulsada por quienes la hemos venido realizando en la práctica durante muchos años, mostrando que no se trata de meros discursos aspiracionales, sino de una propuesta realizable, necesaria y urgente, cuyo valor se pone
claramente de manifiesto en momentos como el actual.
Las finanzas éticas han entendido desde sus orígenes la necesidad de construir ciudadanía empoderada, creando estructuras y programas estables y permanentes de formación,
debate y comunicación, que pueden ser fácilmente adaptados para un nuevo escenario global que nos genera muchas perplejidades y en el que se libra la batalla entre vigilancia totalitaria y empoderamiento ciudadano.
Las finanzas éticas, por lo tanto, asumen como uno de los elementos inseparables de su ser ciudadano, la perseverancia en mantenerse como espacios de educación tanto «en» como «para» el ejercicio de la
ciudadanía, comprometiéndonos en un proceso en el que, como veremos a continuación, nos estamos jugando mucho.
Las finanzas éticas tras la pandemia
En “The world after coronavirus”, artículo publicado en el Financial Times el pasado 20 de marzo por el historiador israelí Noah Harari, el autor subrayaba con notable lucidez algunos de los aprendizajes más importantes que podemos extraer de lo que está ocurriendo. En su reflexión, planteaba que son principalmente dos los retos que nos quedarán pendientes tras la crisis del covid-19: por un lado, la superación del (falso) debate entre salud y privacidad, que requerirá una revisión a fondo del papel de los estados y de las grandes corporaciones globales. Por otro, la (inaplazable) necesidad de crear una cultura global de cooperación a todos los niveles, que será imprescindible para poder afrontar los múltiples desafíos de naturaleza global que estamos afrontando y los que vendrán.
Respecto al primer reto, el autor desvela su carácter falaz, alentado de forma interesada por aquellos a los que adueñarse de nuestros datos personales (incluso los hipodérmicos, como expresa muy gráficamente) les resulta una tentación difícil de superar. Harari propone en su lugar un planteamiento diferente: vigilancia totalitaria o empoderamiento ciudadano. Sin entrar en los detalles de su reflexión, resalta el valor que reconoce a las dinámicas que contribuyen a legitimar a diferentes actores globales (gobiernos y empresas, muy especialmente), tanto por la vía de la información clara y transparente como por la de los mecanismos de control y rendición de cuentas. Dinámicas capaces de generar una cultura de confianza en las instituciones que dé lugar a procesos de responsabilización ciudadana (incluso de obediencia civil cuando esta sea necesaria) sobre la base del reconocimiento de la autonomía de individuos (ciudadanos) no vigilados, sino libres y empoderados.
Es fácil establecer una correlación entre esta propuesta de empoderamiento ciudadano y algunos de los elementos nítidamente políticos de las finanzas éticas que hemos venido analizando. Las finanzas éticas han entendido desde sus orígenes la necesidad de construir ciudadanía empoderada, creando estructuras y programas estables y permanentes de formación, debate y comunicación, que pueden ser fácilmente adaptados para un nuevo escenario global que nos genera muchas perplejidades y en el que se libra la batalla entre vigilancia totalitaria y empoderamiento ciudadano. Es importante entender que contribuir en ese proceso de empoderamiento ciudadano tiene un doble significado para las finanzas éticas. Por un lado, como decimos, supone un compromiso político orientado a construir mejores sociedades. Pero no podemos entenderlo simplemente como una opción militante, por muy valiosa que vaya a ser en el futuro próximo. También es una condición de posibilidad para que las propuestas de finanzas éticas se desarrollen.
Hay una cosa que sin duda las finanzas éticas no estamos pudiendo hacer, y lo sufrimos con especial intensidad en momentos como los que nos ha traído esta pandemia global: llegar lo suficientemente lejos. La intención, la responsabilidad, el propósito, las alianzas… incluso el compromiso de algunas administraciones, no es suficiente. No somos suficientes, ni suficientemente fuertes. Volvemos al manido tema
sobre las posibilidades reales de que este modelo tenga algún día la capacidad de constituirse en el modelo seguido por una gran mayoría, con la consecuente sospecha (en una estrategia nada inocente muchas veces, no lo olvidemos) de que no podemos ser más que una entrañable aventura condenada a permanecer como algo que nunca
pasará de ser una excepción en el amplio mundo de las finanzas.
Debemos subrayar que nuestras
posibilidades dependen en parte de nuestra capacidad real de
responder, nuestra coherencia y nuestra motivación. Pero también dependen mucho de que haya una ciudadanía e empoderada, informada, responsabilizada, que se incorpore a esta tarea de reconstrucción de la manera de entenderse las finanzas en la sociedad.
Ante esta frustración, debemos subrayar que nuestras posibilidades dependen en parte de nuestra capacidad real de responder, nuestra coherencia y nuestra motivación. Pero dependen también, y mucho, de que haya un contexto de ciudadanía empoderada, informada, responsabilizada, que se incorpore a esta tarea de reconstrucción de la manera de entenderse las finanzas en la sociedad. Como nos recuerdan las propuestas de las éticas comunitaristas, es necesario tener en cuenta la gran importancia que tiene el «ecosistema», el contexto vital en el que se mueve y actúa la empresa. Este contexto, llamado a ejercer una responsabilidad que le es propia, es especialmente relevante como posibilitador, colaborador y aliado de las finanzas éticas en el logro de su compromiso con el bien común.
La tarea, por lo tanto, debe ser asumida desde el nivel de los comportamientos individuales de la ciudadanía (como personas consumidoras, trabajadoras, votantes, militantes de organizaciones de la sociedad civil, educadoras, directivas…), hasta el nivel de los grandes
marcos normativos e institucionales globales, pasando por los distintos actores sociales que forman el entramado organizacional de nuestras sociedades, en el que encontramos a las propias empresas, pero también a las organizaciones sindicales, las administraciones públicas, las universidades, las ONG,… Y este proceso necesita de una comunidad que reconoce el valor de unas finanzas sostenibles en el sentido más profundo del término, y que está interesada en crear, en los distintos niveles de organización social, un contexto que favorezca a las entidades éticamente excelentes. Ese sería, de manera muy simplificada, el escenario de llegada de un proceso de remoralización del ámbito financiero que, como venimos diciendo, es correlativo al proceso de regeneración del modelo global que rige nuestros comportamientos en la esfera económica.
El segundo reto que resalta Noah Harari está relacionado con la necesidad de construir dinámicas de cooperación a todos los niveles. Nuevamente, podemos establecer en este punto una correlación muy evidente con otro de los elementos esenciales de las propuestas de finanzas éticas. Cooperar, participar, co-construir, aprender juntos, agregarse… la naturaleza de las finanzas éticas, desde su propio surgimiento como proyectos de acción colectiva, no puede entenderse sin una base cooperativa. Lo hemos analizado desde diversas perspectivas a lo largo de esta reflexión, desde la tradición de cooperación con otros actores aliados para diseñar estrategias de intervención conjunta en situaciones en las que la respuesta financiera no es suficiente, hasta el valor como testimonio que tiene visibilizar que es posible desarrollar proyectos financieros alternativos con base cooperativa, pasando por las capacidades que nos ofrece nuestro estilo de gobernanza.
La necesidad de cooperar presenta asimismo conexiones evidentes con la cuestión relativa a las limitaciones que las finanzas éticas presentan hoy en términos de capilaridad social. Como ya hemos destacado, esta limitación no puede considerarse inherente al modelo, sino como una consecuencia justificada en gran medida por la ausencia de un contexto favorecedor. En este sentido, cooperar entre las organizaciones de finanzas éticas es también una exigencia estratégica que busca el objetivo de aumentar la capacidad de penetración social del modelo, y muy especialmente en lo que compete a los marcos normativos y regulaciones internacionales. Los avances mostrados en los últimos años por FEBEA en el desarrollo de esta estrategia de incidencia son buena prueba de un camino en el que es necesario seguir avanzando.
En definitiva, volvemos a comprobar en estos tiempos que es necesario cooperar a todos los niveles, en un mundo en el que las realidades locales se encuentran sacudidas por acontecimientos globales. Cooperar entre países y entre organizaciones de distintos países, creando redes de intervención conjunta que resultan mucho más capaces de hacer frente a los daños que producen en nuestros contextos concretos fenómenos que pueden surgir en cualquier lugar del mundo.
Un contexto, no lo olvidemos, lleno de profesionales “normales”, muchos de las cuales están mostrándonos a todos con sus comportamientos solidarios y cooperativos cuánto los necesitamos. Un espacio poblado por pequeños actores de la economía real que han sido directamente golpeados, sin esperar siquiera esta vez a la diabólica contaminación desde la esfera especulativa que aconteció en la crisis del 2008. Un espacio en el que siguen olvidadas muchas personas invisibilizadas, para las que ni los gobiernos ni el mercado tiene respuestas.
¿Aprenderemos nuevas cosas? Seguro. ¿Cambiará algo?… Dependerá de que existan liderazgos institucionales legitimados y con voluntad transformadora. En las últimas crisis agudas y en aquellas permanentes que asolan muchos lugares del planeta tenemos que admitir que no los hemos encontrado. Pero es asimismo obligado asumir que tampoco podemos hablar de un contexto social favorecedor del surgimiento de esos liderazgos, una sociedad global en la que predomina una ciudadanía empoderada que confía en empresas y gobiernos transparentes, que rinden cuentas y cooperan.
Todo esto constituye un círculo vicioso que es necesario romper, como nos muestran situaciones como la que estamos teniendo en estos tiempos. En lo que respecta a las finanzas éticas, tenemos que seguir asumiendo ese deber de liderazgo, para el que contamos con la legitimidad que emana de nuestra capacidad de crear condiciones de mayor justicia en el espacio social que habitamos. Nuestro valor como agente de transformación, incluso en situaciones tan adversas como la actual, seguirá dependiendo de que mostremos que esa capacidad se mantiene intacta.